Ella, envuelta en el misticismo, en el acercamiento a la perfección, en el lejano vacío de la ausencia, en el anhelo del mañana. Si, ella. Aquella que en sueño desvela, endulza y envenena, que sin duda se acerca a la experiencia de la muerte, de la vida que vuelve tras la agonía.
Me traslada al pasado, me emociona y trastorna mis sentidos, me hunde en sueños de un matiz rojo y dorado, al más esplendoroso goce de amor.
No es su presencia, no es el idilio que exacerba nuestra unión, es el contrabando de ilusiones, el camino que se extiende de manera infinita.
Se levanta de ese trémulo silencio, susurra con despiadada franqueza, con aire de redención e inseguridad, reduce la dicha a un acorde ahogado, a un universo de palabras.
Ella que sin duda el alma revoluciona, a quien en medio de la noche se llama y evoca, parte de un ritual que exilia la razón, que engrandece la bondad. Aquella que rodeada por un éxtasis intransigente, por una desbordada soledad se entrega en alma y destierro a el castigo de la distancia. Me arropa…desahucia su alma para entregarla en mis labios, para enaltecer mis palabras y reforzar el reinado de su corazón sobre mis deseos. Se transforma ante mis ojos, se disipa en el candor de la noche, dejando solo un poco del hechizo bienhechor de su mirada.
Ella, la que endulza, la que ilusiona, la que mata en ausencia y revive en esperanza…
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