Los muertos no se aman, ni se besan, amiga.
Solo son un recuerdo, un miedo y una fosa.
Un poco de dolor en las manos amigas
y un pedazo de tierra más negra y más porosa.
Por eso quiero amarte, amiga, esposa mía,
cada vez que le arranque una astilla al trabajo.
Amarte de rodillas, amarte en la agonía,
amarte por encima, por dentro y por debajo.
Todo se desmorona, se ahueca y se desgasta.
Nosotros, grito a grito, tendremos que gastarnos.
Por eso hemos de darnos noche a noche en subasta
hasta que no nos queden esquinas para amarnos.
Por eso yo te pido hasta el rencor los besos
y los mundos calientes de tu cuerpo excitado.
Porque el amor, amiga, nos vive entre los huesos
y muy pronto tendremos los huesos apagados.
La vida tira brasas en nuestras juventudes
y los cuerpos se vuelven enormes, deliciosos.
Hay que amarse sin tregua, porque los ataúdes
nos acechan a diario desde todos los pozos.
El fuego que ahora suena tambor en nuestras venas
será pronto una mancha bajo una alfombra de años,
será pronto una tierra vestida por la arena,
un país arrugado bajo los desengaños...
Esposa, los plantíos que ahora nos florecen,
las yerbas que nos hunden, son carnes repentinas
que de pronto se doblan, se crujen y perecen
y solo serán sombras de ruinas en las ruinas.
Por eso duele tanto la ausencia cuando el sueño
aún viene cuajado de sábanas sensuales
y se siente uno solo, desbocado y pequeño
oyendo correr chorros de cántaros nupciales.
Por eso es necesario que nos busquemos locos,
arañando paredes, despedazando almohadas,
porque el amor y el beso se nos van poco a poco
como un montón de brasas podridas y apagadas.
Porque pronto la muerte nos pondrá su fatiga
sobre estas carnes anchas, maduras y porosas.
Y los muertos no se aman, ni se besan, amiga:
los muertos son tan solo recuerdo, miedo y fosa
domingo, 31 de agosto de 2014
solo son recuerdos
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