No eran la pareja perfecta. No estaban hechos a la medida. Ninguno de los dos era la mitad del otro.
Se conocieron por casualidad. Sin buscarse, sin anhelarse.
Planetas opuestos, almas desiguales.
Ella tan frágil como el papel, él tan duro como una roca.
Ella tan tímida, él tan resuelto.
Ella enamorada de la luna, él no creía en el amor.
Ella tan té, él tan café.
Amargo, frío, cortante. En cambio ella tan dulce como azúcar, tan suave cual pétalos de una flor.
Un mundo de diferencia lo dividía, sin embargo, en ambos renacía aquel sentimiento, llamado amor, que rompía con cualquier ideología y los unía con sus misteriosos lazos.
Y ahí estaban ellos felices, disfrutando de su romance, aunque no fueran la pareja perfecta, y tuvieran un sinnúmeros de diferencias. Pero entendieron que cuando el amor toca a tu puerta no nos queda más alternativas que entregarnos por completo, porque él ya te escogió y nada tú puedes hacer.
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